martes 15 de abril de 2025 - Edición Nº301

Regionales | 14 abr 2025

Cultura

Adiós a Mario Vargas Llosa: vivió para la ficción, escribió para entender el mundo

La muerte del extraordinario escritor, a los 89 años, es la noticia que nadie quería dar. Fue el sobreviviente de una generación, de un tiempo que marcó a fuego la literatura y el lugar de América Latina en el mapa de las letras.


Se apagó la última estrella del boom latinoamericano. La muerte del extraordinario Mario Vargas Llosa, a los 89 años, es la noticia que nadie quería dar. No solo porque con su partida se va un escritor de talento único, sino porque era el sobreviviente de una generaciónde un tiempo que marcó a fuego la literatura y el lugar de América Latina en el mapa de las letras.

 

El valor de su obra literaria está por encima del personaje público que a menudo encarnó, con una libertad que le ganó enemigos de un bando y de otro. Sobrevivió a los dogmas de la izquierda y de la derecha. Al barro de la política, a la alta sociedad de revista Hola!, en su último matrimonio con la socialité Isabel Preysler. A los encasillamientos y los maniqueísmos.

 

Liberal, demócrata, dijo a lo largo de su vida lo que pensaba, con su voz aguda y su acento suave. Sin temores, y sin pelos en la lengua: como a la hora de escribir ficción. Fue un joven escritor de izquierdas y un señor mayor embanderado con la derecha monárquica española. Habló de la tentación de lo imposible, título de uno de sus ensayos, en su inolvidable discurso de aceptación del Premio Cervantes, en 1994. Un texto sobre el origen de su yo escritor, por supuesto dedicado a Cervantes. A Don Quijote, a la vocación de contar historias y al lugar de la ficción en la vida humana. Lo cerró así, hablando del caballero andante de La Mancha: “Nada lo distrae, nada lo despierta, nada le recuerda los avatares de su vida real. Rumbo al trabajo o al porrazo, el caballero vive la ficción y es feliz”.

 

Elegante, refinado, culto, encantador, el peruano transmitía en las entrevistas, practicando con gusto el arte de la conversación, la pasión por la literatura que era su vida. Qué placer escucharlo hablar de sus lecturas con pasión, casi tanto como leer sus mejores libros.

 

La generación de lectores del boom, en los 60 y 70, quedó marcada por su obra tanto como por la de Gabriel García Márquez (con quien tuvo un famoso altercado que incluyó un ojo morado), Julio Cortázar, Juan Rulfo o el uruguayo Juan Carlos Onetti. Protagonistas de un movimiento de renovación formal y temático que se proyectaron al mundo bajo el impulso de la legendaria agente catalana Carmen Balcells.

 

La ciudad y los perros, de 1962; los relatos de Los Cachorros; las novelas La tía Julia y el Escribidor (basada en su propia experiencia, su matrimonio con su tía política Julia Urquidi)Pantaleón y las visitadorasLa guerra del fin del mundoLituma en los AndesEl HabladorElogio de la madrastra, varias de ellas adaptadas al cine, con suerte dispar; y por supuesto su obra maestra, Conversación en la Catedral. Publicó también famosos ensayos (El viaje a la ficciónLa civilización del espectáculoLa orgía perpetuaLa tentación de lo imposible, entre otros) y piezas teatrales.

 

Con sus 800 páginas, Conversación en la Catedral está considerada como una de las grandes novelas de la literatura universal, y tiene uno de los arranques más famosos, citados y parafraseados de la literatura en español. “Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?”.

 

En noviembre pasado, el autor volvió al bar limeño que ya no es, el lugar que inspiró su ficción más célebre, de la mano de su hijo Álvaro. El mayor de los tres hijos que tuvo con Patricia Llosa, su prima hermana, un amor que nació con escándalo y duró cinco décadas. “55 años después, retorno al (ex) bar ‘La Catedral’, en busca de los fantasmas de Zavalita y el zambo Ambrosio”, escribió el hijo bajo una foto de su padre apoyándose en un bastón. La misma que ahora vuelve a dar vueltas en las pantallas.

 

Vargas Llosa murió el mismo 13 de abril que Eduardo Galeano diez años atrás. Una coincidencia que también vale para pintarlo como figura que escapa a los facilismos: en las antípodas ideológicas, los dos escritores, que habían estado más cerca en otro tiempo, se apreciaban. El peruano escribió una despedida cálida y respetuosa de Eduardo cuando murió en 2015.

 

También su discurso de agradecimiento cuando recibió el Premio Nobel de Literatura, en 2010, fue un elogio de la ficción y la literatura. Su gran y contagiosa pasión, a la que hizo un aporte generoso cuya lectura solo vale recomendar. Vargas Llosa no vivió la ficción como Don Quijote, sino una vida comprometida con su aquí y ahora que no le ahorró polémicas. Pero sí vivió para la ficción, pensándola y creándola con las mejores herramientas del lenguaje. También fue un caballero feliz.

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